12 de noviembre de 1992



Casi nunca me acuerdo de ti, espero que te quede claro.  Si estoy ignorando una de tantas líneas que nos ha dado por trazar en el aire, si a pesar de todo te escribo,  es sólo porque hoy, precisamente hoy, llegaste a mi cabeza. Así, de buenas a primeras. Y me fastidió tanto que pudieras aparecer con semejante desfachatez, que después de todo este tiempo todavía estés merodeándome el inconsciente, que no puedo menos que hacerte partícipe de mi molestia. Tampoco vale la pena que te sientas halagado: no me acordé del tamaño de tus manos ni del eco de tus carcajadas. Si llegaste a importunarme la memoria fue sólo porque, ahora que finalmente me planteo dejar de fumar, escuché claramente una de tus frases lapidarias, ésa en la que asegurabas que casi cualquier espacio de mi cuerpo era propicio para colocar un cenicero. Guarro. Y me dio rabia, y quise encender un cigarro y tumbarme con el frasco de cenizas sobre el ombligo, como aquel día, y te culpé en silencio por minar mis esfuerzos y dispararme el síndrome de abstinencia.
Yo siempre te culpo en silencio, ya me conoces, y sólo sé ser agresiva en papel. Por eso decidí romper las reglas cien veces establecidas, por eso me atrevo a escribir:  porque sólo así soy capaz de decirte que, (aunque casi nunca lo hago) hoy sí. Hoy me acordé de ti.

E. 

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