3 de abril de 1981

Y después de algún tiempo de tinta y papel, se me ocurre que el problema es no haberte escrito alguna vez una carta de amor. Cursi, bien cursi, en hojas estampadas de flores, rociadas de algún perfume dulzón y salpicadas de esas lágrimas que en tu absoluta crueldad dices que uso para defenderme. Una carta que te haga decidirte, por fin, a desaparecer del todo, que te haga sentir incapaz de permanecer, aunque sea a medias, junto a una mujer tan imposiblemente ridícula.
No sé por qué no lo he hecho. No habría sido tan difícil con Luis. Es a él a quién imagino en mis delirios de escritora, él el destinatario platónico de cada poema empalagoso que no te permito leer y que siempre terminas descubriendo.
Tú, Santiago, no me inspiras poesía, sino unas ganas irracionales de morderte el labio inferior. Se me ocurre que, tal vez, ese es el problema: las cartas que queman, las palabras que rasgan, las letras envenenadas. La verdad descarnada en cada uno de los trazos de este miserable y escuálido bolígrafo.
Podría escribirte, por ejemplo, que estoy enamorada de esa faceta tuya, aniñada y tierna, que hábilmente intentas esconder de todos los que te rodean. Podría decir que, incluso cuando me haces enfurecer, te perdono mil veces al escuchar el compás de tu respiración mientras duermes. Podría hacerte saber que hay noches que me imagino, contra todo pronóstico, de blanco y bailando contigo esa canción que no tenemos, que quizá no tendremos nunca.
Se me ocurre que, a lo mejor, si escribiera todas esas cosas, te cansarías por fin, te darías cuenta de que ya no hay nada en mí que conquistar (porque soy desde hace mucho tiempo –y sin quererlo- tuya) y te irías, y así yo podría sentirme libre y odiarte del todo, no como ahora, que por más que lo intento sólo puedo odiarte de a poquito, a ratos, porque únicamente a ratos me abandonas, porque nada más algunas veces dices que lloro como defensa. 
Se me ocurre que, en realidad, no puedes siquiera imaginar que cuando lloro, es sólo de rabia: rabia de saber que, si alguna vez te escribiera una carta de amor, entonces sí. Entonces me dejarías para siempre. Y no habría, después de eso, nada que escribir... porque una cosa es que no inspires poesía. Y otra muy distinta es que no estén contenidas en ti todas mis ganas de palabras.


E.


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