13 de abril de 2010

No, no lo hice, me resistí a la tentación del Just for Men y en lugar de teñirme la barba blanca decidí de plano rasúramela completa, harto de las comparaciones entre mi persona y Santa Claus, o Lula, o cualquier otro insigne personaje que se les viniera a la mente a los de la oficina.

No sé por qué te cuento esto, tal vez es por ego, porque me dicen que me veo mejor, más joven, o quizá para que te enteres que al final, como siempre, tú ganaste y terminé por cortarme la barba que odiaste durante tantos años.

Es probable que sólo te escriba por pura nostalgia, como bien sabes (o por lo menos me gusta pensar que aún lo recuerdas) hoy cumplí 62 años y la palabra viejo ronda por mi mente más que ninguna otra en estos últimos días.

Sé que hicimos un pacto, sé perfectamente que juramos nunca hablarnos por teléfono. Ahora que lo pienso creo que fui yo quien te convenció de que hablar sin vernos era una estupidez, que la voz por el auricular es impostada y ridícula, que al final entre tú y yo siempre fue mucho más importante el silencio que las palabras. A veces puedo ser bastante idiota, idiota convincente que es lo peor.

Pero por algún motivo pensé que hoy sí me llamarías (tal vez todavía lo hagas, te queda un poco menos de media hora; son las 11:35 según dice mi reloj), así que no voy a mentirte: llevo toda la tarde pegado al teléfono y he despachado rápido a la gente que sí llamó para felicitarme, para que no hablaras y encontrarás el tintineo de la línea ocupada y, conociéndote como te conozco, decidieras que era una señal del destino y no volvieras a marcar mi número.

Quisiera contarte cosas interesantes como antes, o por lo menos decirte que pasó algo nuevo, que estoy haciendo ejercicio, que dejé de fumar o que por fin me decidí a escribir mis memorias ahora que la vida me ha echado el tiempo encima como un embudo; pero no, nada de eso ha ocurrido, sólo la barba, la maldita barba blanca que fue cayendo sobre el lavabo como pestañas plateadas mientras las tijeras recorrían mi rostro.

Siento como si me hubiera quitado una máscara, como si detrás de esa careta ya sólo existiera yo, indefenso, con arrugas, con los surcos que fue trazando el tiempo en los mismos lugares donde alguna vez tus labios dejaron rastros de carmín.

Ya está, 12:03, no llamaste, si hablas ahora ya no cuenta. Para cuando recibas esta carta seguramente la barba habrá vuelto a crecer y yo seguiré siendo el mismo.

“Te vas a morir solo”, me dijiste un día en uno de tus arranques, “¿Quién va a ser tan pendeja como yo para aguantarte?”. Tal vez tenías razón, no creo que me esté muriendo (por lo menos hace muchos años que no piso un hospital), pero sí estoy solo.

Veo la caja del tinte para la barba mientras me paso una mano por la piel reseca de la cara… seguramente tú también tienes ya el pelo blanco ¿o te has convertido por fin en una rubia de bote?

Santiago.

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