Febrero 22 de 1970

Hoy por fin hablé con Luis, le conté todo: nuestros (des) encuentros, nuestros planes, nuestras ganas, nuestra correspondencia… Sorprendentemente no lo tomó tan mal, yo estaba ya listo para salir corriendo o para reventarle en la cabeza el cenicero del bar, pero no, no hubo necesidad de hacer ninguna de las dos cosas porque se quedó paralizado como si le hubiera caído encima una cascada de cemento. Hubo un silencio incómodo que duró como tres siglos (digamos unos diez minutos), hasta que se llevó una mano a la cabeza y me dijo: “Lo único que no entiendo es lo de las pinches cartas”.


No había manera de explicárselo, y la verdad tampoco puse mucho empeño en hacerlo, yo estaba eufórico porque no me había matado a patadas y también porque ese secreto que nos ha mantenido durante tanto tiempo a salto de mata, se dejó ver de la manera más natural bajo la luz neón de un bar de mala muerte y de ocho whiskeys atiborrados de hielo.

¿Cómo explicarle? ¿Cómo hacerle sentir ese sudor helado que me impregna las manos cada vez que recibo una carta y reconozco tu letra perfecta que tiñe las hojas de mis días con tinta azul? ¿Cómo contarle que la voz que me habla mientras te leo no resuena en los oídos sino en los huesos? ¿Quién puede entender que estemos tan locos?

Y mientras yo te sigo escribiendo porque sé repasarás estás líneas en silencio y nos entenderemos sin mover los labios. Y si yo escribo por ejemplo: “A”, tú tendrás que notar su simetría, su soberbia de saberse poseedora de las llaves del alfabeto; y si escribo: “S”, estarás obligada a notar su conflicto, a verla bajar contorsionarse y volver a donde comenzó, como una montaña rusa que sondea la hoja en blanco. ¿Qué le atormenta a la “S”?

Me estoy perdiendo en las formas, como siempre, y ahora estoy tan contento que sé de sobra que en las únicas formas que vale la pena perderse es en las tuyas.

¡Ando más cursi que una película de Angélica María! Si no puedo volver a escribir nunca como la gente normal lo vas a llevar en tu conciencia para toda la vida. Más vale terminar ya esta carta que huele a perfume de quinceañera…

Y tú ¿en qué piensas mientras me hundes en los pantanos de tu tinta azul?

Santiago.

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